jueves, 9 de junio de 2011

Del canto de la sirena

En el libro XII de la Odisea, Ulises se las arregla para escuchar el canto de las sirenas y no sucumbir. Habiendo oído que todo marinero que las escucha resulta hechizado, cayendo en un estado abrumador que lo aparta de su ruta y le hace estrellar su navío contra los arrecifes, tapa los oídos de su tripulación con cera y luego se hace atar al mástil, para que el efecto de la música sobre él no tenga consecuencias irreparables.

Evidentemente, esta hazaña de Ulises es de un mérito limitado, y poco dice sobre su madurez y su grado de evolución. La verdadera heroicidad (o mejor sería llamarla temeridad, si se hace con conocimiento de causa) estaría en escuchar el canto, no de las sirenas, sino de una sola sirena, sin mástil alguno para protegerse, y salir indemne, esperando a que el canto concluya de modo natural.

Pero hay algo peor aún que eso: que mientras uno escucha embelesado su canto, la sirena se calle de pronto y desaparezca. Mucha heroicidad, mucha fuerza interior, mucha madurez y mucha evolución necesitará un tal Ulises en una situación así para no volverse loco y no perder el rumbo, el navío y la vida corriendo tras ella.

(La sirena en ningún caso corre riesgo alguno, pues al tratarse de un ser bidimensional, carente de profundidad, nada hay en el mundo de los humanos que pueda dañarla).  © Antón Rodicio 2011.

[Las imágenes de esta entrada provienen, respectivamente, de:
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/a/a5/Draper-Ulysses_and_Sirens.jpg
http://andieairfix.files.wordpress.com/2011/02/waterhouse-siren.jpg]

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